domingo, 23 de septiembre de 2012

El hombre en busca de sentido - Viktor Frankl - Un libro imprescindible



En algunos casos uno comienza a leer un libro casi al encontrarlo por casualidad o empujado por la simple curiosidad luego ver su reseña. En este caso no fue así, yo había visto dos videos:

  1. En uno de ellos el conferencista y escritor español Alex Rovira mencionaba la obra de Viktor Frankl en una entrevista en la que hablaba sobre La Buena Suerte, parte del video que menciono esta en  http://www.youtube.com/watch?v=ZKSwnpDCrX8
  2. En el otro caso el futurologo Joel Barker hablaba sobre El Poder de una Visión http://www.youtube.com/watch?v=veOtWdJj7NE&feature=related y también tenía una referencia muy concreta a "El hombre en busca de sentido".
Como en ambos casos me pareció que los videos eran interesantes, y estaban hechos por gente inteligente, y los dos mencionaban como fuente de inspiración la obra de Frankl, decidí leer el libro. El libro relata la experiencia de Viktor Frankl como prisionero de un campo de concentración nazi en la Segunda Guerra Mundial. Es casi imposible imaginar un lugar, donde un ser humano pueda experimentar mayores atrocidades, donde este expuesto a mayores sufrimientos que los relatados en el libro. La mayoría de los prisioneros judíos eran ejecutados al ingresar al campo de concentración, los que sobrevivían eran obligados a realizar los trabajos de la forma mas humillantes.
En ese ambiente Viktor Frankl, fue capaz de reflexionar sobre cual era el sentido de la vida de una persona, pero es mucho mejor leerlo que comentarlo.

Leamos entonces un párrafo de este libro imprescindible.

SPINOZA, EDUCADOR

Cualquier tentativa para combatir la presión psicopatológica del campo sobre el prisionero, por medios psicoterapéuticos o métodos psicohigiénicos, debía encaminarse a fortalecerlo interiormente señalándole una meta futura ala que aspirar, un objetivo por alcanzar. De manera instintiva, algunos prisioneros trataban de encontrar por si mismos esa finalidad. Es propio del hombre subsistir al cobijo de la esperanza del futuro, o sea sub specie aeternitatis. Y ahí radica la clave de su salvación en los momentos más difíciles de su existencia, aunque en ocasiones tenga que empeñarse con sus cinco sentidos en esa tarea.
Conozco esa fuerte sacudida interior por experiencia propia. En cierta ocasión, y al borde del llanto por el tremendo dolor - los gastados zapatos me provocaban unas terribles llagas en los pies - caminé con mi destacamento los kilómetros que separaban el lugar de trabajo del campo, mientras arreciaba un viento gélido que nos abatía. Yo pensaba en la infinidad de problemas de nuestra miserable existencia. ¿Qué cenaríamos aquella noche ? ¿Si por casualidad nos dieran un trozo de salchicha extra, convendría cambiarla por un pedazo de pan? ¿Debería comerciar con el último cigarillo ganado en un bono hace quince días, quizás me darían por él un cuenco de sopa? ¿Cómo podía hacerme con un poco de alambre para sustituir el trocito que me servía de cordón para los zapatos? ¿Llegaría al lugar de trabajo con el tiempo suficiente para unirme al pelotón habitual, o tendría que acoplarme en otro cuyo capataz tal vez fuese mas brutal? ¿Qué podía ingeniar para ganar la amistad de determinado kapo, quien posiblemente me ayudaría a conseguir trabajo en el mismo campo sin necesidad, por tanto, de sufrir a diario aquellas dolorosas caminatas?
Noté que empezaba a deprimirme el hecho de sentirme afectado día y noche, casi exclusivamente por esos asuntos tan triviales. Me obligué a pensar en otras cosas. De repente me imaginé a mi mismo de pie en el estrado de un salón de conferencias bien iluminado, agradable y cálido. Frente a mí un atento auditorio, sentado en cómodas butacas tapizadas. ¡Dicataba una conferencia sobre la psicología en los campos de concentración! Al relatar y delimitar los acontecimientos desde un ángulo científico se objetivaban, lo que hacía un momento me oprimía ahora cobraba relieve y una cierta perspectiva. Mediante este método conseguí distanciarme de la situación y superarla de algún modo, situarme por encima del sufrimiento actual y contemplarlo como si ya fuese una cosa pasada. Tanto yo como mis problemas se transformaron en el objeto de un interesante estudio psicocientífico realizado por mi mismo. ¿Qué dice Spinoza en su Ética? Affectus, qui passio est, desinit esse passio simulatque eius claram et distinctam formamus idea, "El sentimiento que se convierte en sufrimiento, deja de serlo cuando nos formamos una idea clara y precisa del mismo" (Ética, 5ª parte, "Sobre el poder del espíritu o la libertad humana", frase III).
El prisionero que perdía la fe en el futuro - en su futuro - estaba condenado. Con la quiebra de la confianza en el futuro faltaban, asimismo, las fuerzas del asidero espiritual; el prisionero se abandonaba y decaía, se convertía en sujeto de aniquilamiento físico y mental. Normalmente esto se producía de repente, en forma de crisis, cuyos síntomas resultaban familiares para el recluso experimentado. Todos temíamos este momento inicial de la crisis, no tanto por nosotros mismos, que entonces ya no tendría especial importancia, cuanto por nuestros amigos. Solía comenzar cuando el prisionero se negaba a vestirse y a lavarse, o a salir fuera del barracón a la hora de formar. Ni las súplicas, ni los golpes, ni las amenazas surgían efecto alguno. Se limitaba a quedarse en su lugar, sin apenas moverse. Si la crisis desembocaba en enfermedad, entonces rehusaba ser conducido a la enfermería o aceptar cualquier tipo de ayuda. Sencillamente se daba por vencido. Permanecía allí tendido sobre sus propios excrementos, si importarle nada.
Una vez fui testigo del estrecho nexo entre la pérdida de fe en el futuro y este peligroso darse por vencido. F., el jefe de mi barracón, compositor y libretista famoso, me confió un día:
"Me gustaría contarte algo doctor. He tenido un extraño sueño. Una voz me invitaba a desear cualquier cosa, bastaba con preguntar lo que quería conocer y mis preguntas serían satisfechas de inmediato. ¿Sabe que pregunté? Cuando terminaría a guerra para mí. Ya sabe lo que quiero decir, doctor, ¡para mí! Conocer cuando seríamos liberados de este campo y cuando terminarían nuestros sufrimientos".
"Y cuando tuvo Usted ese sueño?", le pregunté.
"En febrero de 1945", contestó. Por entonces estábamos a principios de marzo.
"¿Qué respondió la voz en su sueño"
En voz baja, casi furtivamente, me susurró"
"El treinta de marzo."
Cuando F. me contó aquel sueño todavía se encontraba rebosante de esperanza y convencido de la certeza y veracidad del oráculo de la voz. Sin embargo, a medida que se acercaba el día prometido, las noticias que recibíamos sobre la guerra menguaban las esperanzas de ser liberados en la fecha indicada. El ventinueve de marzo de repente, F. cayó enfermo con una fiebre muy alta. El treinta de marzo, el día que según su profecía terminaría la guerra y el sufrimiento para él, empezó a delirar y perdió la conciencia. El treinta y uno de marzo falleció. Según todas las apariencias murió de tifus...
Los que conocen la estrecha relación entre el estado de ánimo de una persona - su valor y su esperanza, o su falta de ambos - y el estado de su sistema inmunológico comprenderán cómo la pérdida repentina de la esperanza y el valor pueden desencadenar un desenlace mortal. La causa última de la muerte de mi amigo fue la honda decepción que le produjo no ser liberado en el día señalado. De pronto se debilitó la resistencia de su organismo y sus defensas disminuyeron, dejándole a merced de la infección tifoidea latente. Su esperanza en el futuro y su voluntad de vivir se paralizaron, su cuerpo sucumbió víctima de la enfermedad. Después de todo, la voz de sus sueños se hizo realidad.
La observación de este caso, y sus consecuencias psicológicas, concuerda con un hecho que el médico del campo me hizo notar: la tasa de mortandad semanal durante las Navidades de 1944 y el Año Nuevo de 1945 superó en mucho las estadísticas habituales del campo. En su opinión, la explicación de este aumento de mortalidad no había que buscarla en el empeoramiento de las condiciones de trabajo, ni en la disminución de la ración alimenticia, ni en un cambio climatológico, ni en el brote de nuevas epidemias. A su entender, se trataba sencillamente de la ingenua esperanza que abrigaron la mayoría de los presos de ser liberados por las fiestas navideñas. Según se acercaba esa fecha, y al no recibir ninguna noticia alentadora, los prisioneros perdieron su valor y les venció el desaliento. Muchos de ellos murieron al debilitarse su capacidad de resistencia.
Ya advertimos en páginas anteriores que cualquier intento por restablecer la fortaleza interior de los reclusos, bajo las drámaticas condiciones de un campo de concentración, debe comenzar por proponerle una meta futura, un objetivo concreto que dé sentido a su vida. Las palabras de Nietzche "el que tiene un porqué para vivir, puede soportar casi cualquier cómo" podrían convertirse en el lema que orientara y alientase los esfuerzos psicohigiénicos y psicoterapéuticos con los prisioneros. Siempre que se presentaba la menor oportunidad, era preciso infundirles un porqué - un objetivo, una meta - a sus vidas, con el fin de endurecerles para soportar el terrible cómo de su existencia. ¡Pobre del que no percibiera algún sentido en su vida, ninguna meta o intencionalidad y, por tanto, ninguna finalidad para vivirla: esé estaba perdido! La respuesta típica de ese hombre frente a cualquier razonamiento que pretendiera animarle era: "Ya no espero nada de la vida". ¿Existe algún argumento ante estas palabras?

Una perlita: Entrevista al Dr. Viktor Frankl. El sentido de la vida.
http://www.youtube.com/watch?v=k6JeEkaaBt4&feature=related